Dicen que el pasado es el tiempo que no se puede
recuperar, que no volverá por mucho que lo evoquemos, lo soñemos o anhelemos. Lo ideal es centrarnos en el presente, en lo que tenemos cada día y, en
todo caso, enfocar bien las ilusiones para que el futuro sea el mejor regalo
del que disfrutar.
Es cierto; hay momentos que no volveremos a vivir,
personas que no volveremos a ver; es duro saber que siempre tendremos abrazos
de sobra destinados a quienes se fueron, llenos del amor que nos dieron y que,
sin darnos cuenta, se van convirtiendo en el refugio, como hace años, de todos
nuestros miedos, de los secretos más íntimos, de las lágrimas no compartidas...
No puedo, a pesar de esto, de su verdad y del dolor
que me produce recrearme en su realidad, decir que no merezca la pena volver,
de vez en cuando, la vista atrás. Creo que, en demasiadas ocasiones, es la pena, que el vacío nos trae, lo que nos impide disfrutar de los momentos con los que
la vida nos reencuentra.
Si permanecemos abiertos a lo que el Universo, al
mover sus hilos, quiere regalarnos, podremos revivir, no sólo situaciones, recuerdos, rostros o lugares, sino, algo mucho mejor...sentimientos. Lo
mejor del ayer es todo lo bueno que sentimos en él, lo que nos hizo felices y que,
por muchos años que pasen, nos hará tener la misma sensación en nuestro
interior.
Hace unos días comencé un viaje hacia ninguna parte.
La recompensa de no poner límites a tu alma es que puede sorprenderte con cientos de
parajes que no pensaste visitar. A mitad de camino tuve que hacer un alto.
Bendito momento en el que los astros se alinearon para colocarme justo en el
punto en el que encontraría mis "tazas de recuerdos". Tazas que
olvidé hace tanto que, de no haberlas visto de nuevo, no habría sido capaz de
recordarlas. No sé cómo es posible que a tanta distancia, en mundos tan
aparentemente diferentes, haya encontrado algo que un día creí sólo nuestro,
sencillamente, por no haberlo visto en ningún otro lugar, que, para mí y mi
hermano eran, sin más, nuestras tazas para desayunar.
Al tenerlas otra vez frente a mi mirada, he encontrado
la luz de quien, durante más días de los que acierto a contar, se levantó para
darles sentido en cada uno de mis despertares; tazas que estaban llenas de
mucho más que migajas de pan duro, que mojaban mis mejores sonrisas con la
leche más cálida, con el amor más puro; tazas que me traen sus ojos siempre
atentos a nuestro bienestar, sus manos siempre dispuestas a cogernos antes de
tropezar, sus labios posados en nuestra suave cara, en cada paso que dábamos,
en los que inevitablemente caíamos y tras los que, sin saberlo, ella siempre
nos iba a esperar.
Mis tazas son mucho más que un trozo de cerámica
decorado con colores, dibujado con animales de los que, por aquel entonces, no
conocía ni sus nombres; mis tazas son el regalo más bello que en estos días he
recibido, las emociones más intensas que creí que había perdido y, sobre todo,
la prueba de que, vaya a donde vaya, siempre habrá ángeles dispuestos a hacer
de cada uno de sus bellos gestos un nuevo sueño de mi alma hecho realidad.
Puedo afirmar que no hubo ni habrán mejores sabores
para mi paladar que el que estas tazas de cariño supieron entregarnos
sintiéndonos aún niños. Puedo asegurar y aseguro que no es casualidad todo lo
que la vida nos hace recordar. Hoy me bebo el olvido de mis tazas, esas que
ahora estarán dando vida a mis recuerdos cada día; pues aunque todos llegaremos
a morir, el amor que se sintió de verdad, no será nunca nada de todo aquello
que llegaremos a olvidar...
☯ Sonia Brúnar ☯
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