Cuántas veces os habéis
hecho la pregunta "¿Cómo pude estar enamorado de esa persona?".
Imagino que la mayoría mucho más de lo que os gustaría. Lo curioso de todo es
la decepción que, en parte, nos recorre el alma. Es como sentir que hemos
fallado en algo que era evidente que no podría salir bien.
Observamos con ingenuidad
rostros vacíos que antes nos provocaban fuertes sacudidas en cada poro de la
piel; matamos, sin saber cómo, el contacto que ayer nos llenaba de vida;
modificamos cada circuito de la mente para poder ver con claridad que no hay
nada en ese ser que nos pueda complementar.
Pasamos entonces a
vagar por el baúl de nuestros recuerdos más escondidos, ya casi olvidados, y
vemos los rescoldos de una llama que con su grandeza fue capaz de calentarnos
durante los momentos vividos. Caen los castillos que con gruesa arena
levantamos; una simple ola de viento, una suave ráfaga del mar; sueños que se
sublimaron a lo más alto, que de tanto subir se partieron en mil pedazos al
caer. Todo se convierte en nada cuando el amor pasa a ser indiferencia.
Hay almas que sólo se
unen a una en toda la vida, pero otras, van vagando con la impaciencia de un
niño por tener lo que anhela; las ganas hacen que no esperemos a que el
Universo mueva sus hilos, precipitándonos en nuestras conquistas, en las
conclusiones que fugaces palabras marcan en nuestros corazones. Acabamos por
querer mucho antes de saber a quién.
Amor sin sabor que se
vuelve engaño en las ganas por sentir lo que sabes que alguien tiene guardado
para ti, lo que dentro de nuestro ser se mueve esperando el momento perfecto
para salir. Entregamos la parte que corresponde de nuestras almas, a la espera
de que su fuente de energía también se dirija a nuestro interior. Esperamos y
esperamos hasta que notamos como ese trocito de nosotros muere dentro de su
corazón.
El tiempo va recargando
las pilas de un amor que se gastó por no tener el lugar perfecto en el que
encajar, por no poder respirar, vibrar, ni bailar bajo las estrellas que ansiosas
aguardan el momento en el que aprendamos a amar de verdad; sin prisas, ni
imposiciones, cambiando mentiras por razones, discusiones por abrazos y dolor
por felicidad.
La vida nos irá
enseñando que no merece la pena atarse a la soledad de una relación; que no hay
mejor sonrisa que el reflejo de la nuestra y que si queremos sentirnos
acompañados de verdad, tan sólo debemos disfrutar cada día de nuestra propia libertad.
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