No soy partícipe de escribir artículos de crítica,
mi trabajo no consiste en eso. Mi pasión es tan sólo la de transmitir paz,
armonía y esperanza a todas las almas de quienes me leen. Observo vidas ajenas
e intento entregarles la clave que hizo de situaciones similares en la mía
otras mucho mejores. No todos lo consiguen, no siempre estamos preparados para
aprender. Sin embargo, jamás uso la inexperiencia, el mal y, mucho menos, el
bien o las decisiones de otros como tema de conversación y burla, por lo que
hoy, lejos de reprochar nada lo que quiero es aconsejar...
Uno de los principales errores de nuestra sociedad,
bajo mi punto de vista, ha sido la creación de los programas en los que,
precisamente, criticar es lo que les hace tener audiencia; es lo que, sin saber
por qué, nos mantiene enganchados durante horas a una enorme pérdida, no de
tiempo, sino de vida...
Sin embargo, y aunque esto resulte enormemente
triste, lo es muchísimo más observar a niños pequeños hablar entre ellos y de
otros como si estuviesen en uno de esos platós de televisión. Lo es porque ni
siquiera tienen la excusa de que con ello ganen un sueldo, porque ni aunque la
tuviesen podrían justificar su comportamiento. Qué sentido tiene que uno deje
de hacer sus tareas para comentar en voz alta lo mal que lo están haciendo
otros. Pues el mismo que tiene el hecho de que gran parte de las personas que
nos rodean dejen de vivir sus vidas para crear un debate sobre las nuestras.
De esta forma y de repente, los que ayer sentiste
como amigos hoy le cuentan a personas desconocidas todos los entresijos que
creen conocer de ti. Tergiversan tu realidad adornándola con los oscuros
matices de las suyas, sufren por tus sonrisas y se ríen de tus problemas.
Mientras tanto sus vidas quedan condenadas al vacío de un sinsentido que los
despierta cada mañana sin saber qué hacer con ellos mismos. Comienza de nuevo
la búsqueda y provocación del mal ajeno para sentirse menos desgraciados con el
suyo.
Dentro de estas almas el amor se vuelve un imposible;
se acerca, y al notar su fría energía sale disparado a otros hogares donde lo
importante sea algo más cálido, más pasional, con más sentido y fuerza como
para que merezca la pena quedarse. La solución ante tal desplante es clara:
aprender a respetarse a uno mismo para poder respetar a los demás y que así
éstos siempre nos respeten. El amor no es más que eso. Sin embargo, para
demasiados, el aprendizaje queda en nada y este alejamiento de sentimientos les
lleva a burlarse de quienes aprendieron a conservarlos y mimarlos.
Hoy quiero cerrar mi reflexión pidiendo a quienes no
son capaces de encontrar su felicidad que dejen de malinterpretar la de los que
hemos tenido el valor de alcanzarla; suplicando a los que educan a los niños
que lo hagan con lo mejor de sus corazones, con la luz de sus almas; rezando a
mi preciado Universo para que mueva sus hilos, para que no nos quite la
capacidad de sentir, para que con sus lecciones nos vaya enseñando la única
forma de vivir, simplemente...siendo feliz.
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