martes, 22 de diciembre de 2015

El viaje de mi vida


Tenía claro el destino, el lugar en el que obtendría la felicidad completa. Con frecuencia escuchaba hablar de él; desde que nacemos, y mientras nos vamos haciendo adultos, se nos enseña que debemos luchar por llegar hasta allí. A ese momento de nuestra vida en el que la estabilidad económica es la que nos permite vivir. Siempre me pareció irónico, aunque tardé mucho en descubrir por qué..

A pesar de mis reticencias, me uní a lo que parecía ser una decisión impuesta por el mundo. Lo primero era tener la formación necesaria y adecuada para alcanzar el nivel de vida soñado. Marqué mi camino, pero el Universo me desvió hacia otro lugar. Acepté de nuevo, y sin rechistar, la opción.

Lo siguiente era encontrar el modo de llegar. Necesitaba un buen transporte para un viaje tan largo. Tocaba ahora buscar, de cualquier manera, el sustento que al menos me permitiese pagarme el "paseo" hacia un futuro mejor. Cuando no trabajas de lo que te gusta la vida parece pararse. Y este mismo pensamiento era el que me alentaba cada mañana a hacer algo que veía como el paso necesario para estar más cerca de mi esperado sueño.

Una vez adquirido el vehículo que me llevaría a la gran meta todo parecía, nunca mejor dicho, ir sobre ruedas; sin embargo, de un minuto a otro el coche dejó de funcionar. Otra parada, otra elección sin opciones, otro motivo más para tirar la toalla. Me di cuenta entonces de que el recorrido se me haría mucho más largo de lo que ya era.

Fue ahí cuando decidí hacer de mi ansiosa espera un lugar mejor en el que pasar aquellos años de mi vida hasta estar donde deseaba. Comencé a dedicar mis momentos vacíos a hacer algo que me llenaba el alma. Pinté cada calle que iba conociendo, cada paisaje que me robaba el aire; di vida a los sentimientos que me hundían, a las miradas que me levantaban, a las canciones que escuchaba.

Cuando el Universo y sus hilos volvían a frenarme ya no me desesperaba. Ahora si mi coche no funcionaba, si mi dinero se acababa o si me perdía por las ciudades, me sentaba tranquilamente a pintar, mostraba mis cuadros a quien quisiese verlos y, sin otro esfuerzo que no fuese el de relajarme a través de mis pinceles...el mundo me contemplaba con la admiración con la que se observa a un gran artista. Esos momentos llenaban mi alma de satisfacción, mi corazón de alegría y mi bolsillo de lo que necesitaba para continuar mi camino.

Pasé por estos momentos tantas veces que mi ansiedad dejó de estar compensada con mi pasión de crear nuevas imágenes; tenía un fin por alcanzar y siempre encontraba muros que no me permitían llegar. La desesperación me hacía renunciar.

Un día, mientras intentaba dejar mi mente en blanco, al teñir de colores mi lienzo, se me acercó una anciana. Se paró frente a mis cuadros. Estuvo allí varios minutos. Levantó la mirada clavándose en mis ojos y me dijo cogiéndome la mano: "Yo también pintaba cuando era joven; recuerdo que era lo único que me hacía sentirme feliz. Mi padre me decía que debía invertir mi tiempo en algo que me permitiese "vivir como es debido", y no pude convencerle de que yo prefería dedicar los días a hacer algo que me hiciese sentirme viva. No te conozco de nada, joven, pero quiero que sepas que tu trabajo es precioso; espero que nunca te alejes de tu pasión dejando olvidado este maravilloso don que Dios te ha otorgado. Tienes suerte, pero sobre todo tienes valor".

En ese momento me di cuenta. Hacía mucho tiempo que me encontraba viviendo el mejor de mis sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas Destacadas