Suelo repetirme que los grandes sacrificios conllevan
siempre enormes recompensas. Es bonito si lo pensamos, pero muy duro cuando lo
llevamos a cabo. Desde pequeños estamos expuestos a ellos; prácticamente desde
que tenemos uso de razón se nos condiciona a hacer determinadas cosas, que
normalmente no nos gustan, para poder alcanzar aquellas que nos producen placer
o felicidad.
Me decía mi niño hace unos días que quería tener un
trabajo, ya que así podría ganar dinero y, con suerte, al mismo tiempo hacer
algo que le gusta. Me encanta recrearme en esa ingenuidad que un día yo también
sentí. Cómo hacerles ver que esas edades, a pesar de los condicionantes
sociales y familiares, son las más tranquilas, las que menos problemas nos
traen a la cabeza, al corazón y el alma. De ninguna manera podremos conseguir
que entiendan esto hasta que no lleguen a la edad adulta y se enfrenten a
dilemas realmente importantes para su presente, para lo que algunos llaman
equivocadamente futuro.
Pero lo peor no queda ahí, sino que al crecer,
además de lamentarnos de aquellos infantiles pensamientos, nos recreamos en
buscar la forma de complicarnos cada vez más y más la existencia, echándonos
encima cargas y más cargas que acaban por robarnos, en demasiadas ocasiones, la
energía que necesitamos para disfrutar de la vida.
Y yo me pregunto, ¿por qué no le damos la vuelta a
las cosas? ¿Por qué no rescatamos esa mentalidad de nuestra infancia y le damos
sentido en un mundo diferente en el que podemos disponer de muchos más medios
para mantenerla viva? ¿Por qué no hacemos realidad todos aquellos sueños que
parecían ser fáciles de conseguir tan sólo "si nuestros padres nos
entendiesen"? ¿Por qué no usamos los recursos que nuestro caminar nos ha
regalado para disfrutar de las pequeñas cosas, para saborear lo que nos prohibieron,
para viajar a donde no nos llevaron, para cambiar las reglas y crear un mundo
que se asemeje a todo lo que ya teníamos dispuesto en nuestras mentes nada más
nacer? Los niños tan sólo buscan la mejor forma de pasárselo bien.
Vamos a sacrificarnos y a añadir a nuestra lista de
responsabilidades diarias alguna actividad que nos haga sentir bien. Y si no
hay tiempo...¡vamos a dejar de lado alguna de las obligaciones que nos agobian!
Seguro que si nos paramos a pensarlo podemos deshacernos de alguna de ellas.
Dejemos de pensar que somos imprescindibles en la
vida de todos, pues tan sólo lo somos en la nuestra; paremos de buscar la mejor
forma de organizarlo todo y asumamos que el hoy es el mejor puzle que vamos a
conocer; escuchemos unos segundos los consejos de otros y reflexionemos sobre
los motivos que les llevan a dárnoslos. Piensa, siente y cree, por encima de
todo, que el mañana es siempre hoy y que tus días no tienen sentido en el
futuro, pues, sencillamente, el futuro no existe.
Dejemos de sacrificarnos y empecemos a vivir para
que no llegue a faltarnos vida cuando llegue el momento de morir.
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