Cuántas veces se nos
van pasando las horas mientras nos recreamos en la imposibilidad de cambiar un
mal día por otro estupendo; cuántas más hemos oído la expresión de "quien
tiene un amigo tiene un tesoro". No es el primer texto que os dedico para
hablaros de la mejor manera de conservar la sonrisa y tampoco será el último,
pues si ya hemos aprendido que sonreír a la vida es el primer paso para que la
vida nos sonría, saber cómo mantener siempre ese agradable gesto debe ser el
siguiente por alcanzar.
Hoy toda mi energía
está proyectada en mis amigas, fieles protectoras de mi alma, nubes de algodón
para su descanso. Cuando tienes un amigo no sólo ganas en tranquilidad, sino
también en tiempo. Los amigos no necesitan que les contemos qué nos pasa, tan
sólo tienen que mirarnos a los ojos para saberlo, para comprobar cómo se
encuentran nuestros corazones; escuchan sus latidos para conocer nuestras
emociones y observan nuestros silencios para entender qué es lo que nos
preocupa.
Los amigos siempre nos
dan los mejores consejos, todos aquellos que jamás seguiremos pero que, a pesar
de ello, recordaremos con todas sus
letras tras asimilar los errores de nuestros actos, tras reconocer la razón que
ya sabíamos que llevaban en cada una de sus reflexiones. Tanto nos conocen que
sabrán que no les haremos caso y aún así estarán ahí esperándonos con los
brazos abiertos para arroparnos, al mismo tiempo que nos dirán esas palabras
que, más que molestar se vuelven, con los años, una de nuestras frases más
queridas: "¡Te lo dije!". Sonreiré siempre al escucharla porque tengo
plena confianza en los que nos aman, en quienes nos dedican su tiempo haciendo
que no sea nunca una pérdida del mismo, sino un continuo aprendizaje y una
maravillosa inversión en nuestras vidas.
Hay amigos y amigas de
todo tipo. Los que parecen no estar y aparecen siempre que tenemos algo que
celebrar, siempre que necesitamos un hombro para llorar; los que están cada día
formando parte de nuestras aventuras, haciéndonos partícipes de todas sus
locuras; aquellos que vemos cuando el momento nos lo permite, reconfortando
nuestras inquietudes ante el reencuentro de dos almas que se extrañan al no
estar juntas; amigos que nos escuchan aunque estén lejos, que no nos hacen caso
aunque los tengamos cerca; amigos que hablan solos o que prefieren escucharnos
a marearnos; amigos que se van sin decirnos adiós porque el hecho de irse nunca
implica que dejen de estar a nuestro lado.
Hay tantos tipos de
amigos como personas existen en la Tierra, alguno incluso se presenta en forma
animal... No es esto, sin embargo, lo mejor, sino el hecho de saber que en
nuestro sendero tan sólo estarán esos que nos compensan, que nos alientan, que
nos allanan el camino, nos dan los buenos días y celebran el placer de
despedirnos cada noche. Estarán aquellos a los que no tienes que llamar, a los
que no hace falta demostrarles el amor porque lo sienten en sus corazones; los
que viven porque nosotros vivimos y nos ayudan a vivir con sus propias
vivencias.
Sí, amigos que un día
te confiesan que tú eres para ellos justo lo mismo que ellos para ti; que nos
necesitan tanto como nosotros, que encuentran en nuestra compañía la misma
magia que nosotros en la suya, que saben, comprenden y valoran el poder que la
amistad tiene para llenar de color la paleta que se nos quedó vacía, para
fabricar pañuelos de besos que puedan secar las lágrimas de nuestra tristeza,
para cubrir de abrazos nuestros miedos y, sobre todo, para sacarnos esa sonrisa
que mueve sin esfuerzo los hilos del Universo, haciendo que cualquier día gris
se convierta en un nuevo arcoíris que de vida a todas nuestras ilusiones.
(Artículo del Periódico Digital "El castillo de San Fernando", Sección Los hilos del Universo)
(Artículo del Periódico Digital "El castillo de San Fernando", Sección Los hilos del Universo)
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